20 de septiembre de 2010
Después de desayunar en Ouarzazate, cambiar algo de dinero y comprar comida para el camino, partimos sin una parada fija hacia el Valle del Dadés, salpicado de numerosas kasbas con las que fundir nuestras tarjetas de memoria. Un recorrido pintoresco donde el paisaje cambia Km a Km. Igual encontramos palmeras y ríos que bastas llanuras con rectas interminables.
A medida que nos acercamos al desierto vamos encontrando pueblos y familias más humildes y de pocos recursos. Paramos a medio camino para comer y tomar algo bajo un pequeño olivar donde unos simpáticos (y no tan simpáticos, más bien cabroncetes) niños se divertían en un columpio improvisado con un tronco. Pese a no hablar ninguno de nosotros francés, árabe o bereber entablamos una divertida «charla», si es que se le puede llamar así.
Entre bromas, gestos y sonrisas, compartimos parte de nuestra comida (dátiles, algo de pan y atún) con los menos vergonzosos y aprovechamos para hacerles algunas fotos. Recelosos y a la vez curiosos por nuestras cámaras, se tronchan con las fotos de sus compañeros en la pantalla de la cámara. Nos despedimos mientras de nuevo comienza a llover y emprendemos la ruta rumbo a Tinerhir. Dudamos si pernoctar ahí o hacerlo en las Gargantas del Todra. Tras otra breve parada para fotografiar el arco iris, decidimos llegar hasta las gargantas y buscar donde dormir. Los ojos se nos ponen como platos ante tal espectáculo de paisaje.
Las Gargantas del Todra se abren a cada metro dejándonos con la boca abierta. Hemos acertado viniendo hasta aquí. Encontramos habitación en un sencillo pero acogedor albergue-hotel. La habitación parece una celda, las camas, aunque limpias, muy duras, el suelo es de tierra, sin ducha ni retrete y la luz funciona con generador. Se acabaron los lujos de noches anteriores. Tras dejar las cosas en la habitación, salimos a dar una vuelva aunque ya de noche.
Hay luna casi llena y aprovechamos lo poco visto para intentar nuestras primeras nocturnas del viaje en compañía de un bereber residente en Londres, muy simpático, amable y del cual tuvimos muy buenos consejos. Al regresar, cenamos con el sonido y la fiesta que el personal del albergue ofrecía. Sin duda, toda una experiencia.