7 de marzo de 2012
Me despierto por la luz que entra por la ventana. Son apenas las 6 de la mañana. Remoloneo mientras consulto el tiempo: -8ºC. Mallas térmicas, calzado grueso, guantes, gorro, bufanda, polar y abrigo. Ya estoy listo!
Salir a la calle quita el sueño a cualquiera. Espero al autobús 25 el cual me dejará en el centro. La gente parece que no habla, ni siquiera entre ellos: menudos sosos! Llegada al centro y empiezo a alucinar. Si anoche mientras iba a comprar con mi hermana ya vi algunos lagos helados, hoy lo era el río Daugava. Increíble!
Todo parece tranquilo, quizá demasiado. Café con leche y un «nosequé» con señas que me sabe a gloria. El casco antiguo está adoquinado en su totalidad. Cuesta creer como la gran mayoría de chicas caminan con tacones esquivando bloques de hielo. Debe ser que están hechos de otra pasta.
La tarde se presenta animada, el sol da vida a Riga y con la subida de temperatura (-2ºC) la gente se echa a la calle. Tras comer con mi hermana, marcho al mercado central. Es como nuestros mercadillos con multitud de personas de aquí para allá con la dureza de estar a la intemperie y las bajas temperaturas.
El casco antiguo está más o menos controlado. Riga concentra la mayor parte de sus monumentos en torno al centro. Es hora de regresar a la residencia no sin antes comer algo. La noche empieza a caer y con ella los grados. Estoy cansado de caminar todo el día y de tanto adoquín. La aclimatación creo que ha sido buena.